
La automatización, la productividad y el desempleo en la era del conocimiento
La evolución de la economía mundial ha presentado una transformación radical; ha transitado de procesos de producción basados en la fuerza física, hacia un sistema económico en donde lo fundamental es el conocimiento. En esta época, el aprendizaje, la capacitación laboral y la capacidad de innovar son determinantes para generar ideas y así permitir a las empresas ganar participación de mercado.
La rentabilidad de la empresa depende del valor agregado que ésta sea capaz de incorporar en los procesos productivos. Derivado de la globalización, algunas mercancías se han convertido en “commodities”, en el sentido de que son productos homogéneos comerciados internacionalmente; así, la competitividad no se puede derivar de las características de fabricación, si no de los servicios que la empresa pueda agregar al producto.
La empresa tradicional invertía en maquinaria y equipo; las empresas hoy en día, en la era del conocimiento, invierten en investigación y desarrollo para generar nuevos conceptos o los medios para desarrollarlos.
La automatización es un fenómeno relativamente reciente y es una realidad presente en las cadenas de valor en el marco de la globalización de la producción. Se hace presente a través de la llamada “robotización” y de la “inteligencia artificial”, que en parte han desplazado de sus fuentes laborales tradicionales a millones de trabajadores.
Muchos analistas piensan que la automatización continuará enviando al desempleo a miles de trabajadores; pronostican que su avance seguirá afectando tanto a empleados calificados como no calificados. Por otra parte, paradójicamente, implicará una desaceleración de la productividad, debido a que la inversión en automatización tiene un largo periodo de maduración. De hecho, este fenómeno ya ha venido presentándose en los años recientes.
En las últimas décadas, la productividad en la economía de EUA ha registrado una desaceleración importante. En efecto, en los años de 1995 a 2004 el producto por trabajador creció a un ritmo promedio anual de 2.5%, mientras que de 2004 a 2016 el crecimiento fue de sólo 1%. Lo anterior se puede explicar por la crisis financiera de 2007-08, que ocasionó que las empresas difirieran sus políticas de productividad vía mayor capacitación laboral, en aras de fomentar la inversión en automatización, cuyo efecto en productividad, como se comentó, es de más largo plazo.
El pronóstico de los gobiernos es que la productividad seguirá creciendo más lentamente, y hay muchos centros académicos que actualmente se encuentran investigando los efectos que está teniendo la automatización en la economía.
En una serie de artículos Daron Acemoglu del MIT y Pascual Restrepo de la Universidad de Boston han estructurado modelos teóricos en torno a los procesos de innovación tecnológica. Establecen que el progreso tecnológico se divide en dos categorías, una buena y una mala. La mala, desplaza trabajadores de sus centros laborales y los sustituye por máquinas; en cambio, la buena, crea nuevas habilidades en los trabajadores y los prepara para asumir nuevos retos.
El primer tipo de automatización provoca que bajen los salarios y el empleo; el segundo, con la creación de nuevas habilidades y nuevos objetivos, permite que la carrera profesional de los trabajadores tome nuevos ímpetus. Los autores encontraron que, históricamente, los dos tipos de “innovación” han estado en equilibrio motivados por las fuerzas del mercado.
Si las empresas están concentradas en los esfuerzos de automatización, y tales inversiones lleva tiempo que maduren y generen rentabilidad, hace sentido que el crecimiento de la productividad sea lento. Por ello, también es explicable que la inversión se mantenga baja como porcentaje del PIB en los últimos años. En términos relativos ha disminuido la compra de maquinaria y equipo y se ha privilegiado el gasto en investigación y desarrollo.
La pregunta pertinente es, ¿qué pasa con los trabajadores desplazados? Las recientes tendencias muestran dos efectos que mitigan este fenómeno. Por un lado, la economía puede crear trabajos no calificados en sectores como el de salud o el de servicios alimenticios, en donde la automatización es relativamente difícil de implementar. Por otra parte, si en los sectores en los que se da la automatización aumenta la rentabilidad, sus dueños verán subir su poder adquisitivo para consumir más de todo, y en un efecto multiplicador, se dinamizarán otros sectores económicos donde se podrán crear más empleos para la gente.
Sin embargo, en caso de que la cobertura de la capacitación en los sectores automatizados no sea suficiente, la innovación tecnológica puede relegar a más empleados al rango de no calificados, y a pesar de los efectos descritos anteriormente, el desempleo aumentará.
En conclusión, para evitar efectos no deseados en el empleo y en la productividad por la automatización, las empresas deben dirigir sus esfuerzos no solo hacia la inversión en investigación y desarrollo; también deben asegurarse de que la capacitación requerida por el cambio tecnológico se imparta al 100% y sea suficiente para su operación a cabalidad.
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